Los primeros signos no aparecieron en la infancia sino en la adolescencia de quien, hasta entonces, parecía un varón. No era tanto la ropa o el pelo lo que le molestaba sino “algo mucho más personal: no tenía paz”, cuenta Zoe, una joven trans universitaria. La historia de una “familia tipo” que se convirtió en una familia en transición.
Zoe enciende la cámara y sonríe, apenas una sonrisa sutil. Tiene 22 años, es una joven transgénero y estudia en la Universidad Nacional de Tres de Febrero para ser docente de Geografía. A su lado está Diego, su papá, que es vicedirector de un colegio, y solo esa imagen de los dos juntos y en casa dice mucho más de lo que pretende: alrededor de Zoe hubo una familia que transicionó con ella, y no sólo una mamá, que suele ser lo más frecuente.
Los datos básicos de su presentación también dicen algo del cambio: venimos de escuchar miles de historias de personas travestis y trans adultas que fueron expulsadas de sus casas en sus adolescencias, impedidas de ir al colegio, empujadas a la calle, abusadas de todas las formas posibles. Zoe -activismo, Ley de identidad de género e información mediante- es una joven transgénero que crece junto a su familia y que está plantando una bandera en la universidad pública.
Padre e hija, entonces, escuchan la primera pregunta y achinan los ojos a la vez. Es un segundo, dos, pero se nota que están hurgando en los recuerdos familiares compartidos. “¿Qué signos viste, Diego, en la infancia de Zoe, cuando todavía parecía un niño al que llamaban Nicolás?”, “¿qué signos viste, Zoe, en tu propia historia que te hizo ver que ese varón no eras?”.
Contesta primero ella, que leyó mucho en estos años y sabe que su recorrido fue diferente al que se suele repetir en las infancias trans. No era, a la vista del resto, un varón que se escondía para ponerse la ropa de su mamá, o que sufría cuando le cortaban el pelo. De hecho, los signos aparecieron después, en la adolescencia.
“Era algo más personal, más interno”, explica ella, y se apoya la palma de la mano en el pecho. “Sentimientos que no sabés de dónde vienen. Como que hay algo que no te cierra”.
Sigue: “Yo no buscaba que otra gente me viera como de cierto género”, y se refiere a ponerse unos tacos, por ejemplo, para que el resto la viera como a una chica. “Yo quería estar en paz conmigo misma, esa era mi prioridad. La realidad es que no tenía paz y no entendía por qué”.
Diego Sánchez, su papá, que es profesor de Historia y vicedirector del colegio Mariano Moreno, en Hurlingham, vio los primeros signos sutiles cuando Zoe estaba terminando el secundario. A grandes rasgos había algo diferente entre Nicolás -ese era el nombre que le habían puesto- y sus alumnos del colegio.
“No sé…se pintaba las uñas, o pasabas de casualidad mientras estaba en la computadora y observabas algunos videos que veía en Internet. Eran dibujos de manga pero de relaciones homosexuales, por así decirlo”, cuenta Diego y Zoe sonríe con pudor. Diego ya lo había hablado con su esposa y coincidían: pensaban que su hijo era gay, y no mucho más que eso.
Por eso ninguno se sorprendió demasiado cuando, poco después de haber empezado terapia, Nicolás les dijo: “Siéntense, tengo que decirles algo muy importante”. Les contó, efectivamente, que era gay, y nadie sospechó de que todavía faltaba otro paso.
“A los pocos meses volvió a hablar con nosotros”, sigue el papá. “Y fue directo al hueso, mi hija no es de muchas palabras. Ahí nos dijo que no era gay sino transgénero”. Es decir, no era un tema de orientación sexual (un varón al que le gustaban otros varones) sino de identidad de género (más allá de sus genitales o de su nombre, no era varón sino una chica trans).
No fue una estrategia hacerlo en etapas: fue el tiempo que ella necesitó para que una ficha empujara a la otra.
“Es que yo pensaba que era gay. En ese tiempo no tenía mucha información y para mí sexualidad y género eran cosas que estaban muy mezcladas. Fue un poco después, cuando empecé a meterme más adentro de las comunidades transgénero, que verdaderamente encontré partes de mí en otra gente. Fue recién ahí que pensé: ‘Mirá, yo me siento igual que esta persona trans’”.
¿Qué pasó en casa cuando Zoe logró ponerle palabras?
“Con mi señora medio que nos paralizamos”, cuenta Diego, para no romantizar una escena que suele ser compleja. “Yo necesité como media hora para pensar bien qué decir, como que tomé conciencia de la importancia del momento, entonces me tomé un tiempito para meditar. No te digo que estaba en estado de shock, pero me descolocó”.
Sigue el padre: “En definitiva, lo que queríamos que supiera es que mamá y papá siempre iban a estar, siempre van a estar. Y eso fue lo que le dijimos: ‘Queremos lo mejor para vos, queremos que seas feliz. Si es tu elección y estás segura, le damos para adelante”.
En paralelo, claro, el miedo que suele acompañar a cualquier madre y cualquier padre se convirtió en un monstruo de mil cabezas: “Uff”, suspira el padre. “Miedo al rechazo, a la discriminación, a que la agredan”, enumera. “Ella está muy encaminada pero yo creo que el miedo a la discrminación es algo que me va a acompañar siempre”.
Zoe comparte los temores de su papá, y pone en evidencia que más allá de que la Ley de Identidad de Género ya cumplió una década, hay cambios culturales que siguen en veremos.
“Soy muy cuidadosa con lo que me pongo cuando salgo, y en caso de mostrarme más femenina lo hago cuando salgo en grupo. Una lee sobre estos casos de violencia contra las personas trans -violencia sexual, asalto, abuso, una persona trans que va a una cita en Tinder y termina asesinada- que no puede evitar hacerse la cabeza y vivir con precaución”.
Una familia en transición
Lo que mamá, papá y hermana hicieron en esa casa de Hurlingham -marca Zoe- tuvo varios aciertos. Y da algunas claves para otras familias que estén atravesando la transición de alguno de sus integrantes.
“En vez de saltar con prejuicios, como ‘yo pienso tal cosa’, ‘deberías hacer tal otra’, primero me escucharon. Siempre con paciencia, con ganas de escuchar lo que yo sentía y de aprender. Después se educaron. No sabían, así que buscaron artículos para entender mi situación y poder acompañarme”.
Diego, por su rol de docente no estaba tan a ciegas. “Me ayudó mucho la ESI, había hecho el curso de Educación Sexual Integral. Claro que no es lo mismo estudiar para acompañar a tus alumnos con sus realidades que vivirlo en carne propia, pero a mí la ESI me ayudó, me educó”.
Hay algo que sigue sucediendo: el padre busca artículos, autores nuevos, autoras de referencia, historias de vida en los medios, y los comparte con su hija. “Creo que es mi forma de estar a la altura”, explica él.
Zoe levanta un dedo, discreta otra vez, porque quiere agregar algo. En este caso, algo de lo que no suma, algo que no pasó en su familia pero que escuchó que se repite en las familias de muchas otras personas trans.
“No suma interpretar la transición como si fuera una elección, como algo que estás haciendo porque querés pero tenés la opción de no hacerlo”, hilvana. Y se refiere a que escuchó muchas historias de padres o madres que les dicen a sus hijos “con tu elección estás destruyendo a la familia”.
“La realidad es que, o transicionás y te hacés cargo de quién sos o te lo tragás y te deprimís, esas son las dos opciones entre las que tenés que elegir”, sostiene ella. “Muchas veces creen que es algo de la adolescencia, les dicen ‘ya se te va a pasar’. Pero no es algo que se te pasa, a lo sumo se traga. Y cuando se traga te enferma, te va matando de a poco”.
Fuente: Infobae
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